domingo, 26 de junio de 2011

CARLOS SCHILLING (SUNCHALES, PROVINCIA DE SANTA FE , 1965)

Ahora mismo empieza la canción
de las últimas horas y las voces
que la cantan parecen ser tu voz,
tu propia voz, la voz de las mujeres
y los hombres que no pudiste ser,
que no quisiste ser, la voz que ladra,
la voz que muge, la negada voz
que surge como baba de tu boca
que es la boca de nadie, sin palabras,
sin música y sin aire, despojada
también de toda carne que no sea
la carne ya mordida de tu lengua,
más amarga y más dura que la roca,
cuando muda repite la canción
de las últimas horas, la canción
que no te nombra, la canción final
para los huesos nunca sepultados
de las vacas, los perros, las mujeres
y los hombres que no pudiste ser,
que no quisiste ser, y te transforma,
te anula y te transforma en el silencio
de un planeta lejano, no visible
desde la Tierra, donde sólo puede
haber viento que choca contra el viento,
niebla y gases que forman remolinos,
un planeta desviado de su órbita
original y sin un sol que guíe
su caída hacia qué galaxias nunca
nombradas, nunca vistas por tus ojos,
más allá, más abajo, más adentro, 
donde ahora comienza la canción
de las últimas horas y en ninguna
voz persiste el sonido de tu voz.


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Hoy quisiera saber por qué tu cuerpo
acepta más vestido que desnudo
este abrazo del viento, este llamado
urgente de ninguna voz, y cambia
su forma humana por la forma tensa
y oscura de las ramas que golpean
contra el muro y se doblan y se quiebran
y ofrecen su estallido de mil hojas
a este instante fugaz de negación
de mí mismo, quisiera comprender
qué lejos he llegado en el camino
hacia ninguna parte si la savia
se ha tornado tu sangre y la corteza,
tu piel; pero no puedo, ya no puedo
oír en las palabras que te digo
para reconocerme el balbuceo
de una conciencia que también sería
tu conciencia, no puedo suponer
que me invoca a través de la tormenta
y que el golpe de ramas contra el muro
junto al verde estallido de las hojas 
son tal vez las maneras de expresar
tu propia vida fuera de mi carne,
como un fantasma, como un cuerpo ajeno
a mi cuerpo que trata de imponerse
más allá de mis huesos, más allá
de la red de mis venas, más allá
del aire que respiro, y encarnar
ya no sólo en un árbol, sino en todas
las formas que el espacio le concede
a este instante que ahora acepta en mí
el abrazo del viento y el llamado
urgente de ninguna voz humana...




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Principios y finales de verano
cuando el tiempo parece consumirse
en rápidos fulgores de criaturas
que se arrojan al agua o se desnudan
en los clubes, y son mujeres, niños,
perros, voces, indicios de una vida
posible que se explica fugazmente
a sí misma y no logra convencerse
de que es mejor un golpe de tormenta,
una noche creada en pleno día,
para entender al sol y descubrir,
en los cuerpos dorados y adorados
que revela, la sombra de un eclipse
interior, una mancha imperceptible
en las radiografías, no un tumor,
no una infección, ninguna enfermedad
incurable, tan sólo la amenaza
latente de que el tiempo cambie voces
por gritos, perros por jaurías, niños
por bestias o mujeres por fantasmas,
y que toda señal de vida ajena
se borre tras la lluvia, sepultada
en el barro, disuelta en la corriente
turbia de los canales, menos, menos
que materia, conciencia que no puede
encarnar en ninguna forma viva
y se despoja y se divide y busca
verbos para nombrar el mismo aire
donde se desvanece como un sueño,
como el sueño de ser esas criaturas
que se arrojan al agua o se desnudan
en los clubes, y quién, quién no diría
que son mujeres, niños, perros, voces...


de Confesiones impersonales,Alción Editora,Córdoba,2010

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